miércoles, 5 de febrero de 2020

“El cuerpo y la sociedad”, 1988. Peter Brown

   Siempre será discutible hasta qué punto la irrupción del cristianismo en la cultura clásica del Imperio Romano fue innovadora, moralmente progresiva y acabaría dando lugar, indirectamente y muchas generaciones después, al pensamiento racional ilustrado. Lo que sí sabemos es que el cristianismo no surgió de la nada, que era una herejía del judaísmo, que coexistió durante siglos con otras escuelas de pensamiento, ética y espiritualidad del mundo grecolatino, y que acabó imponiéndose a ellas. ¿Por qué?

  El libro del historiador Peter Brown aborda algunos elementos característicos de la cultura cristiana en el momento en que se desarrolla su proceso de conquista de la Antigüedad. En este caso, el asunto central es la importancia dada a la abstinencia sexual.

En este libro estudio la práctica de la renuncia sexual permanente –continencia, celibato, virginidad prolongada como opuesta a la observación de periodos temporales de abstinencia sexual- que se desarrolló entre hombres y mujeres en los círculos cristianos durante el periodo que va desde un poco antes de los viajes misioneros de San Pablo, en los años 40 y 50 AD, hasta un poco después de la muerte de San Agustín, en el 430 AD. Mi principal preocupación ha sido aclarar las nociones de la persona y sociedad humanas implicadas en tales renuncias, y seguir en detalle la reflexión y controversia que generaron estas nociones entre los autores cristianos, sobre cuestiones tales como la naturaleza de la sexualidad, la relación entre hombres y mujeres, y la estructura y significado de la sociedad (p. XIII)

  Evidentemente, hoy no consideramos que la castidad sea la cuestión central del cristianismo. En general, se considera que los elementos cruciales del desarrollo moral cristiano son el pacifismo y la benevolencia (garantías de confianza y prosocialidad). Pero ¿lo entendían así los primeros cristianos y sus primeros y renombrados autores?

Lo más grande es la caridad. Un estilo de vida austero y dar limosna alcanzan una cota más alta de virtud que la virginidad. Porque sin virginidad, de hecho, es posible ver el Reino, pero sin dar limosna no es posible (p. 311)

    Esta era la opinión de Juan Crisóstomo, uno de los autores cristianos (muchos de ellos considerados "doctores de la iglesia") que se examina en este libro, y, cuando menos, no se encuentra testimonio alguno que diga lo contrario. Sin embargo, los pensadores más elevados de la moralidad pagana (estoicos o neoplatónicos) nunca mencionan nada sobre la limosna, la humildad o el mensaje social de la vida austera (sí alaban que el sabio se desprenda de las cosas materiales). En lo que sí se produce la coincidencia entre cristianos y paganos es en la alabanza de la castidad.

Tanto paganos como cristianos, las clases altas del Imperio Romano en los últimos siglos vivían en base a códigos de restricción sexual y decoro público que ellos consideraban que eran continuadores de la austeridad viril de la Roma arcaica. La tolerancia sexual estaba fuera de lugar en el ámbito público. (p. 22)

  Antes del cristianismo ¿cuál era la religión de la Antigüedad? Ciertamente, había numerosos cultos divinos, pero las clases altas, los dirigentes, los influyentes, las personas que marcaban las pautas de la moral diaria, practicaban sistemáticamente la virtud siguiendo a los maestros estoicos, epicúreos o neoplatónicos. No había religión moralista de masas, pero sí una profunda moralización de la vida pública impuesta por las clases más elevadas. Se predicaba la virtud pública que solo podía proceder de la moderación y el autocontrol de los instintos. Y, a la vez, esta moralidad iba asociada a un misticismo muy depurado.

Judíos y paganos creían que la abstinencia de la actividad sexual, y especialmente la virginidad, hacían del cuerpo humano un vehículo más apropiado para recibir inspiración divina. (p. 67)

     Todos predicaban la castidad o, al menos, la profunda moderación sexual. De hecho, las religiones extranjeras que predicaban el autocontrol sexual ganaban mucho prestigio en el “mercado espiritual” del imperio romano. La religión judía ortodoxa ya estaba teniendo un gran éxito cuando aparecen los cristianos –básicamente, una herejía del judaísmo-.

Sabemos que los observadores romanos se sorprendieron por la presencia de colonias de célibes en Palestina. (p. 38)

El celibato atraía a la fe porque una persona que es una excepción en este punto será una excepción en todos los demás también. Al concentrar de una determinada manera la contención sexual y el heroísmo sexual, los cristianos del siglo II habían encontrado una forma de presentarse a sí mismos como los sostenedores de una religión verdaderamente universal (p. 60)

  Así pues, los cristianos obtuvieron parte de su éxito gracias a promover la castidad. De hecho, aunque nos sorprenda, hubieron de defenderse de acusaciones en sentido contrario.

Las comunidades cristianas eran grupos heterogéneos. Hombres y mujeres, y personas de entornos religiosos y sociales muy diferentes, se encontraban unos a otros de forma extraña en las asambleas de las iglesias. Su naturaleza sexual era una cosa que tenían en común. (…) Sus enemigos afirmaban que exploraban, mediante la promiscuidad, la naturaleza de “la verdadera comunión”. El rumor era bastante apropiado. No es impensable que algunos creyentes, afectados por tal diversidad, hubieran usado el fundamento común de su sexualidad compartida para explorar el potente ideal de una comunidad religiosa verdadera. (p. 61)

  Anecdóticamente, quizá hubo algunos cristianos “libertarios” en el sentido sexual durante este período, ya que más adelante se darían casos en el transcurso de determinados períodos de revolucionaria reforma del cristianismo. Pero lo que está claro es que la castidad prestigiaba al cristianismo dentro de la sociedad romana.

Muchos, tanto hombres como mujeres de edades de sesenta o setenta, que han sido discípulos de Cristo desde su juventud, continúan en inmaculada pureza (…) Es nuestro orgullo ser capaces de mostrar tales personas a toda la raza humana (p. 34)

  Esto aparece en una carta de Justino al emperador –por supuesto, pagano- Antonino Pío.

  Así que debatir la importancia de la castidad para los cristianos nos lleva también a debatir la importancia de la castidad para el pensamiento clásico en general.

Clemente [de Alejandría] se identifica totalmente con la noción estoica de apatheia, el ideal de una vida liberada de las pasiones (…) Las pasiones no eran lo que tendemos a llamar sentimientos: eran, más bien, complejos que estorbaban la verdadera expresión de sentimientos (p. 130)

   Para los antiguos, esto no era discutible: el control del deseo sexual era respetado y admirado. Permitía alcanzar estados místicos, garantizaba el buen orden familiar y era garantía de moderación cívica. Hoy en día esto puede resultarnos no muy comprensible y, desde luego, alejado de los tópicos acerca del supuesto hedonismo de la Antigüedad pagana.

  Podemos interpretar por nuestra cuenta que, simplemente, el deseo sexual es muy sospechoso de antisocialidad. Lo es porque implica la utilización del cuerpo ajeno para un placer propio e intransferible (explotación sexual), porque supone un artículo de consumo muy altamente valorado, bien suntuario escaso que es disputado y cuya disputa, lógicamente, crea conflicto (harenes de concubinas, uso de prostitutas, obtención de mujeres vírgenes y altamente cotizadas) y porque se trata de una actividad lúdica que puede llegar a ser absorbente y que apartaría a muchos de contribuir solidariamente al bien común. En una época de abundancia y tolerancia como la de hoy quizá nos resulte esto más difícil de comprender, pero los antiguos lo tenían muy claro.

  Ahora bien, la castidad cristiana implicaba ciertas peculiaridades. Para empezar, partía de un modelo femenino, algo muy extraño y sin precedentes en la época.

Las monjas recluidas, las femeninas “esposas de Cristo” y no los héroes barbudos del desierto [eremitas], se han convertido en las representantes estereotípicas de la noción de “virginidad” de los lectores occidentales (p. 262)

Para sus críticos paganos, el cristianismo era una religión notable por su estrecha asociación con las mujeres (p. 141)

El estado virginal de la mujer se veía como norma integritatis: era el pináculo y el modelo de pureza sexual que los hombres, y especialmente los miembros del clero, deberían esforzarse en alcanzar (p. 359)

Oh, vosotros hombres, que todos teméis las cargas impuestas por el bautismo. Os vencen fácilmente vuestras mujeres. Castas y devotas, es su presencia en gran número la que hace que la Iglesia crezca [San Agustín] (p. 342)

  Tampoco se olvidaba la referencia que tenemos en el Evangelio sobre la pureza infantil

Simplicidad, candor y falta de afectación del niño, eran cualidades que Clemente [de Alejandría] apoyaba de corazón. Para Clemente, la noción condensaba un programa social y moral completo (p. 72)

  En suma, lo que subyace a todo esto es un mensaje psicológico completamente diferente a la concepción de la castidad pagana y judía. Para paganos y judíos, la castidad había de ser “viril”; de alguna forma, la energía sexual se guardaba para la afirmación de la virilidad por el bien común (y el correspondiente prestigio). Esto correspondía tanto a los estoicos como a los antiguos judíos.

En el mundo romano (…)  había que aprender a ser masculino: un hombre había de luchar para ser viril. Había de excluir de su carácter y de la actitud y temperamento de su cuerpo todo rastro de blandura que pudiera traicionar, en él, el estado a medio formar de una mujer. Los ciudadanos notables del siglo II se observaban unos a otros con miradas duras y claras. (p. 11)

La comunidad que aparece en los rollos del Mar Muerto parece haber exigido que un cierto número de sus miembros varones debería vivir bajo un voto de celibato por un periodo indefinido. Parece que se consideraban a sí mismos guerreros de Israel, sujetos a votos de abstinencia que unirían a los hombres mientras durase una guerra santa (p. 38)

  Lo que tenemos es una expresión conductual que incluye la actitud sexual. Antes del cristianismo todos coinciden en que hay que moderar el impulso sexual por el bien de la sociedad, pero no a costa de arriesgar la virilidad. El cristianismo pone esto en cuestión y aquí probablemente se da una revolución psicológica decisiva.

Con Tertuliano tenemos la primera declaración consecuente, escrita para los cristianos educados y destinada a tener un largo futuro en el mundo latino, de la creencia de que abstenerse del sexo es la técnica más efectiva con la cual alcanzar claridad del alma (p. 78)

La vida en el desierto [de los monjes] revelaba, si acaso, la inextricable interdependencia del cuerpo y el alma. (…) Era posible humillar al cuerpo –por el trabajo físico, ayuno y vigilia- de manera que uno realmente pudiera llevar humildad al alma (p. 236)

El cristiano se caracteriza por su compostura, tranquilidad, calma y paz (…) En nosotros, no solo el espíritu debe ser santificado, sino también nuestro comportamiento, forma de vida y nuestro cuerpo [Clemente de Alejandría] (p. 127)

  Estoicos y platónicos tenían un modelo de virtud viril que incluía la contención del deseo sexual (con fines místicos y también sociales) con consecuencias conductuales que eran compatibles con un fuerte compromiso cívico: para los platónicos, el modelo de conducta es el guerrero (los “guardianes” de la República); para los estoicos, un poco al estilo de los mandarines confucianos, el ideal es el del administrador público y magistrado… pero para los cristianos, tales ideales coexisten con otros completamente nuevos: la santidad, la renuncia, la caridad…

  Al igual que sucede con los estoicos –sin duda, el elemento pagano que más influenció en el judaísmo reformado que a su vez dio lugar al cristianismo-, los cristianos construyen un ideal psicológico de moderación y contención de las pasiones, un estereotipo de prosocialidad.

Nos encontramos con el cristiano a la mesa: mantiene la mano y la barbilla sin manchas de grasa, tiene la gracia de una apariencia impasible y no comete indecoro al tragar. Erupta con suavidad, se sienta correctamente y no se rasca las orejas. La organización del cuerpo y el alma debe reflejarse en el instrumento más delicado de todos –en la voz. [Clemente de Alejandría] (126)

     Pero además el ideal cristiano incluye apuntes conductuales que nos resultan muy actuales

[Clemente de Alejandría] escribe con genuina ira sobre aquellos que llaman a sus esclavos chasqueando los dedos: negar a los esclavos el contacto mediante las amables armonías de la voz humana era negarles su humanidad (p. 127)

   En suma, no había novedad en la promoción de la castidad por parte de los cristianos, pero sí en el fondo psicológico que desarrollaba esta pauta de conducta.

  Observemos, sin embargo, que las peculiaridades de la prosocialidad cristiana se vieron en todo momento limitadas por las necesidades de la participación cívica. El cristiano ideal es un santo pacífico, manso, humilde y caritativo, que toma como referentes psicológicos de su conducta nada menos que la dulzura femenina y la inocencia infantil. Pero este estilo de vida no es muy compatible con el ideal de conducta del buen ciudadano.  La Iglesia llegará a un compromiso a este respecto, utilizando una estrategia descubierta ya por el budismo: el monasticismo. Hacia el siglo IV muchos cristianos comienzan a hacerse “renunciantes”, es decir, monjas y monjes que llevan una vida de santidad alejada de las ciudades –es decir, de la participación cívica-. De esa forma pueden vivir según su ideal e influenciar indirectamente con su ejemplo a quienes quedaron atrás.

    Mientras tanto, en el mundo convencional, todo sigue más o menos igual: los jóvenes ambiciosos aspiran a ser magistrados, estadistas, jefes militares, ganando con ello prestigio social. En este mundo convencional, del que han sido excluidos los admirados santos y santas de los monasterios, la Iglesia cristiana subsiste y ha de cumplir un papel que sea compatible con sus demostraciones de virtud. Y, precisamente, una de estas demostraciones disponibles que es compatible con los deberes cívicos es la castidad.

De los clérigos en las provincias más inseguras y belicosas del Imperio Romano Occidental [finales siglo IV] no se podía esperar que evitaran la violencia y las tentaciones del poder en el curso de su carrera previa: era, de hecho, su efectividad como forjadores del poder lo que los hacía deseables como obispos. Pero una vez ordenados podía al menos esperarse que abandonaran el sexo  (p. 359)

  Con todo, el cambio se ha producido: un nuevo concepto de virtud prosocial se ha abierto paso, y tuvo consecuencias no solo para los santos del desierto y monasterios, ya que fue gradualmente permeando a la sociedad convencional e impulsó actitudes gradualmente más compasivas, democráticas e incluso ilustradas. Puede parecernos escasa la diferencia, pero los cambios siempre se dan por evolución, que es “copia con modificación”. El aristócrata cristiano copiaba al aristócrata pagano, pero había introducido ya pequeñas y significativas modificaciones en su conducta. Un aristócrata romano cristiano podía no renunciar a participar en el poder político, ni a defender su honor masculino ni a que el trabajo de los más desfavorecidos lo enriqueciera, pero, por ejemplo, podía renunciar a asistir a espectáculos de gladiadores, así como a llamar a sus esclavos chasqueando los dedos…

Lectura de “The Body and Society” en Columbia University Press, 1988; traducción de idea21 

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Hola! Gracias por esta recensión, la cual me lleva a pensar en algunos puntos acerca de las religiones en general: si ellas desean seguir siendo "formas" que fomenten la cultura de la no-violencia, la paz, la armonía, la creencia en la trascendencia, deben comprenderse a sí mismas desde su propia historia (lenguaje, textos): cómo surgieron y cómo terminaron siendo movimientos que incluso hoy millones de personas aún siguen. En cada religión hay "estados de conciencia" en sus formas de creer: hay un cristianismo de masas, hay un budismo de masas, y a la vez hay un cristianismo culto (místico) y un budismo culto (místico). Daniel Dennett cuando habla de libertad dice que hay que quitarle "la pluma mágica" a Dumbo, porque ya no la necesita, es decir Dumbo debe madurar, debe comenzar a ver la realidad desde sus leyes. (Dumbo puede seguir siendo un elefante que vuela, y sin embargo ir de la mano de la realidad: he ahí la paradoja). Las religiones deberían ir de la mano de los descubrimientos de las ciencias para seguir ofreciendo un "mensaje" acorde con la realidad y el mundo actual. Cada una, opino, lo está haciendo, desde sus "tiempos" y formas de comprender la humanidad.

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  3. Muchas gracias, Leandro, por tu comentario. Este libro de Peter Brown hacía tiempo que quería leerlo. Sé que está traducido al castellano, pero al final me he tenido que conformar con leerlo en inglés. Me interesaba mucho ver en qué podíamos precisar la diferenciación de la idea de virtud cristiana de la de virtud pagana. Brown se fija casi exclusivamente en la cuestión sexual, pero deja entrever otras cosas.

    Yo sigo convencido de que la "religión" es el mejor mecanismo de psicología social para mejorar el comportamiento humano. Y, ciertamente, debe "madurar", como dices, acercándose a su esencia psicológica, algo que en la Antigüedad era difícil de percibir dado el peso de las tradiciones. Ahora tengo pendiente hacer la reseña del libro de Pierre Hadot sobre los "ejercicios espirituales", que tiene mucho que ver con todo esto: cómo los "paganos" buscaban la virtud de la "apatheia" que también se menciona en el libro de Brown y que los cristianos también buscaban. Son más de dos mil años de búsqueda de la sabiduría...

    Hasta pronto...

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