Este libro es una recopilación de artículos acerca del altruismo escritos por autores de prestigio de diversas disciplinas, en su mayor parte científicos sociales. Aparte de a los editores – el médico y divulgador Stephen Post, la biomédica Lynn Underwood, el filósofo Jeffrey Schloss y el médico experto en bioética William Hurlbut- tenemos a Eliot Sober, Jerome Kagan, Daniel Batson, Michael Ruse, Melvin Konner, David Sloan Wilson, Antonio Damasio, Frans de Waal y doce más, todos ellos reunidos por la Fundación John Templeton, lo que explica que, entre algunos científicos muy materialistas, también se encuentren teólogos, pero no debemos equivocarnos al respecto, porque el sentido general de lo que aquí podemos leer es acorde con una perspectiva racional del altruismo.
El altruismo es una realidad científicamente comprobada en el comportamiento de los seres vivos… y no solo en los humanos: implica el sacrificio de un ser vivo por el bienestar de otro sin que se reciba beneficio directo apreciable como contraprestación. Esto lo hacen las hormigas y lo hacen muchos otros animales más desarrollados -especialmente los mamíferos hembra al cuidado de sus crías-. Pero los humanos lo hacemos de una forma peculiar, una forma que es en buena medida dependiente de las transformaciones de la cultura, y es de esta experiencia cultural que surge el concepto de amor altruista, que es algo más que el altruismo de las hormigas sacrificándose por su reina y el de mamá pájaro alimentando a sus pajaritos en el nido…
El altruismo es consideración a los demás, tanto con respecto a las acciones como a las motivaciones; el amor altruista añade el rasgo de un profundo afecto afirmativo al altruismo
Porque los animales altruistas no saben que son altruistas. Pueden tener emociones, pero no sentimientos (que suponen la consciencia y conceptualización de las emociones).
Lo que llamamos comportamiento altruista, e incluso más, amor altruista, realmente representa un conjunto altamente variado de capacidades afectivas y de comportamiento que son el resultado de caminos causales multifactoriales, de diversas capas, quizá incluso ambivalentes y conflictivos. Comprenderlos requerirá cooperación entre las disciplinas humanísticas, biológicas y sociopsicológicas.
Y nunca hemos de perder de vista que la realidad del altruismo coexiste, dentro del ser humano, con todo lo más siniestramente opuesto a la benevolencia…
En contra del optimismo sociológico, el infanticidio, la violencia sexual y la guerra están profundamente arraigados en la biología humana.
En cualquier caso, ya el viejo Darwin se dio cuenta de que el comportamiento altruista determinado por la moralidad (el juicio con respecto al comportamiento ajeno “bueno” o “malo”, siendo el altruismo el comportamiento más benévolo de todos) era algo notoriamente propio del ser humano y que tenía claras consecuencia para el bienestar de la especie.
Un alto estándar de moralidad no da sino una ligera ventaja o ninguna en absoluto a cada hombre individual y a sus hijos sobre los otros hombres de la misma tribu, y sin embargo un incremento en el número de hombres de buena calidad y avanzados en los estándares de moralidad ciertamente darán una inmensa ventaja a una tribu sobre otra [en “El origen del hombre”]
Con esto, Darwin, hace más de un siglo, descubrió el concepto de “selección de grupo” –en contraste con la mucho más conocida “selección individual” correspondiente a la “supervivencia del más apto”-. En la “selección de grupo”, un comportamiento altamente moral puede ser incluso perjudicial para el individuo honesto que se expone a ser decepcionado o directamente engañado por la falta de acción recíproca de sus semejantes… pero un grupo de individuos donde sean muchos quienes actúen de esta forma, incluso a riesgo de verse decepcionados, será siempre más capaz de afrontar los retos de un entorno difícil. El individuo puede verse perjudicado por su propia acción altruista, pero el grupo será siempre beneficiado…
La aparición del moralismo y de la elaboración moral del altruismo (el establecimiento de reglas sociales a favor del comportamiento cooperativo y en contra del comportamiento egoísta) solo pudo tener lugar cuando surgieron previamente determinadas capacidades psicológicas.
Fueron añadidas cinco nuevas habilidades [cognitivas] cuando Homo sapiens apareció en África hace 150.000 años: habilidad y tendencia habitual a inferir los pensamientos y sentimientos de otros; autoconsciencia; aplicación de las categorías de “bueno” y ”malo” a los objetos, sucesos y propio yo; reflexión sobre las acciones pasadas; habilidad para decidir qué acción particular podría haber sido suprimida.
Y si el altruismo es una conducta, el amor es algo así como un sentimiento altruista…
El amor implica benevolencia, cuidado, compasión y acción
El que sea un sentimiento, es decir, que sea experimentado emocionalmente y conceptualizado racionalmente, le da un extraordinario poder prosocial.
El amor es definido como “afección afirmativa” (…) Todos sabemos cómo se siente uno al ser valorado de esta forma, y recordamos a personas encantadoras que aportan esta afirmación afectiva mediante tono de voz, expresión facial, o una mano en el hombro en un momento del pesar y un deseo de estar con nosotros. Esta afección es afirmativa, lo que viene a decir que el agente de afirmación ve lo preciado en nosotros tal como somos. El amor altruista (…) es una afirmación intencional de nuestro mismo ser sustentada por capacidades emocionales de naturaleza biológica que son elevadas por una visión del mundo (incluyendo principios, símbolos y mito) y por imitación dentro de la esfera de una consistencia y lealtad duraderas. El amor altruista es la expresión más compleja e interesante del altruismo humano.
Ahora bien, ¿cuáles son los límites del amor altruista? ¿Hasta qué punto este sentimiento de benevolencia puede favorecer la convivencia y progreso humanos? Recordemos que coexiste en nuestra psique –variando de individuo a individuo- con emociones agresivas, egoístas y manipuladoras…
La mayor parte de nosotros tiene relaciones de amor con solo un pequeño círculo de individuos; e incluso dentro de ese círculo, nuestro amor por algunos individuos es más intenso que el amor por otros. Reconocemos la posibilidad de que este círculo podría expandirse y que el amor que sentimos por aquellos dentro del círculo podría ser más intenso
¿Qué factores psicológicos, sociales y culturales influencian el altruismo y el cuidado de los demás? ¿Las experiencias, creencias, y prácticas religiosas influencian el altruismo?
En este libro se plantean preguntas, se desechan concepciones equivocadas y se definen conceptos, pero no se determina exactamente cómo podemos sacar el máximo provecho de la predisposición humana al amor altruista. No se propone ninguna fórmula novedosa.
Los estudios sobre los rasgos redentores del altruismo y el amor de ágape deben ser alentados. Necesitamos comprender cómo tales causas de amor cambian en el receptor, cuánto tiempo debe ser sostenido el amor, cómo de duradero es este cambio y qué beneficios de salud psicológica de esta transformación existen con respecto al sentido de valor y autoestima. Deberíamos alentar estudios acerca de cómo el recibir ese tipo de amor desencadena la capacidad de amar y de ese modo se dé lugar a un cambio del egoísmo al altruismo; y acerca de cómo el odio, el miedo, la ira y el resentimiento se ven reducidos.
Partiendo del hecho clave de que el altruismo y la agresión coexisten en la psique humana y que no son incompatibles, ¿podríamos redirigir ambos impulsos en un solo sentido en particular?
¿Pueden los seres humanos volver su odio y agresión contra la enfermedad, el hambre, la pobreza y otros ataques al bienestar humano? Si el inevitable correlato del altruismo es la agresión, ¿es la capacidad para la empatía lo suficientemente potente para superar la barrera ingrupo/extragrupo, inhibiendo las tendencias agresivas? ¿Pueden los símbolos que viven en nosotros, y en los cuales vivimos, contribuir a la extensión del amor?
[Debemos] incidir en la socialización que enfatiza una identidad basada en una membresía común de una humanidad compartida más que en una identidad que alaba nuestras propias diferencias de grupo
Denominamos a la orientación de cuidar de todas las cosas vivas “extensividad”
Algunos han sospechado siempre que la religión, en especial las llamadas “religiones compasivas” (el budismo y el cristianismo sobre todo), han permitido la mejora de las relaciones humanas en el sentido de expandir el amor altruista. En un principio se diría que las religiones sirven para cohesionar el grupo frente a las amenazas externas… siendo habitualmente la amenaza de otros grupos la mayor de todas ellas. Sin embargo, las religiones compasivas son diferentes…
Si la función de la religión es proporcionar lealtad ferviente para un grupo tribal, urgir la religión de uno a los extranjeros es exactamente el comportamiento equivocado
Las religiones compasivas son cosmopolitas, tratan de crear una comunidad mundial de creyentes, lo que se opone a la base de la solidaridad intragrupal, que sería el origen remoto del amor mutuo mismo (es decir: algo así como que nos amamos los unos a los otros para estar más unidos a la hora de odiar a los de fuera).
La propensión humana para ayudar y cooperar con otros evolucionó en el contexto del conflicto intragrupal, y así el complemento de las capacidades prosociales es la tendencia a formar alianzas exclusivas
Por tanto, que una religión que originalmente habría servido para cohesionar al grupo frente a los otros grupos, pase ahora a extenderse potencialmente a todo el mundo supone un cambio tremendo. De hecho, las “grandes religiones” no solo tratan de expandirse a los extranjeros… es que incluso los pueblos conquistadores con frecuencia han tomado la religión de los conquistados, como sucedió con los bárbaros que acabaron con el cristianizado Imperio Romano.
¿Este poder de las religiones compasivas les viene de su capacidad para expandir el amor altruista?, ¿es ése el poder que en la Antigüedad fue reconocido, de una u otra forma, por las autoridades políticas y que movió a estas a apoyar las nuevas religiones con preferencia a sus antiguas religiones nacionales?
¿Qué específicas prácticas espirituales (por ejemplo, tipos de oración, meditación, silencio, adoración) podrían ayudar a alentar el amor altruista? ¿Cómo interactúan estas prácticas con el sustrato biológico, social y cultural de la persona?
A pesar de todo, hemos de reconocer que ni siquiera está todavía confirmado que sea la “educación de las emociones” propia de la religión compasiva la que ha permitido promover la expansión de los comportamientos prosociales en los últimos siglos. Tampoco este libro es capaz de llegar a semejante conclusión.
Una cuestión práctica y crucial que la ciencia podría ayudarnos a responder es en qué medida las prácticas y las estructuras religiosas, intelectuales y sociales alientan la expresión del amor altruista o amor compasivo (…) Esto sería una investigación digna de recursos humanos y financieros que realmente podría marcar una diferencia en el estado de nuestras comunidades y nuestro mundo
De momento, es muy poco lo que se ha hecho sobre esa cuestión. Hay una Organización Mundial de la Salud, otra de la protección de la Infancia, otra de la Educación y otra de la Alimentación, pero no hay ninguna sobre las religiones, una que se dedicara, entre otras cosas, a promover la investigación de las estrategias psicológicas de tipo simbólico y de masas que aumenten la prosocialidad dentro de la comunidad planetaria mediante la transformación de las pautas de conductas prosociales de individuo a individuo (interiorización de pautas morales). Si, como parece muy probable, son las religiones las que fueron, cuando menos en un principio, las principales promotoras de las mejoras morales en el sentido de la prosocialidad (una "evolución ética", también podríamos decir), no estaría mal trabajar de firme en el diseño de una religión -o su equivalente racional- “mejor”…
En este libro, al menos, sí se señalan algunos descubrimientos probables. Por ejemplo, que cultivar la empatía genera la actitud que lleva a la compasión y al altruismo…
Sentir empatía por una persona necesitada evoca cierta motivación altruista para aliviar esa necesidad. [Ello es la] hipótesis altruismo-empatía (…) La emoción empática, parece, evoca motivación altruista en los humanos
Pero hay más, mucho más que explicar… Centrándonos en un caso relativamente bien documentado (los relatos de personas que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos perseguidos durante la Shoah) se barajan diversas posibilidades centradas en el comportamiento individual.
Estábamos interesados en los mecanismos disparadores que movían a estos individuos a ayudar (…) Los valores que aprendieron los rescatadores [de inocentes perseguidos] de sus padres –y de otras personas significativas en sus vidas- difirieron significativamente de los que fueron aprendidos por las personas no rescatadoras [grupo de control](…) Como niños, los rescatadores era más probable que hubieran sido disciplinados mediante el razonamiento y la explicación de las consecuencias de su mala conducta que mediante castigo verbal o físico, tal como era común en los no rescatadores (…) Arriesgaron sus vidas porque habían aprendido compasión, normas de cuidado por los demás y los medios [psicológicos] eficaces para que pudieron asumir responsabilidad por otros diferentes a ellos. Esta extensividad incrementada se demuestra por una aceptación más alta de diversos grupos [inicialmente extraños] y una incrementada consciencia de su conexión con toda la humanidad. También adquirieron un código moral de justicia de sus padres, otras personas significativas e instituciones, las cuales les adoctrinaron acerca de que el inocente no debe ser perseguido. Los factores religiosos son evidentes; y si bien la religiosidad per se no determinó la acción, aquellos que aprendieron principios religiosos de amor y responsabilidad en un hogar afectuoso estaban entre los rescatadores
¿Educación, ejemplos, un entorno familiar determinado?
La vida moral no es algo que emerge repentinamente en el contexto de traumas. Más bien aparece poco a poco en la ocupación rutinaria de vivir. Comienza con los padres que enfatizan valores éticos ampliamente inclusivos, abarcando el cuidado de otros y la responsabilidad social, los cuales son enseñados en el contexto de relaciones familiares de amor. (…) Hasta que las instituciones sociales acepten la responsabilidad de fomentar el compromiso ético inclusivo en un contexto de entornos de cuidado por los demás, es probable que no más que una parte de la población pueda contarse entre la que se compromete en un altruismo heroico y convencional. (…) Esta responsabilidad social y de cuidado puede ser fomentada en los individuos y grupos; y esta amabilidad y ayuda son gratificantes y vigorizan no solo a los que son ayudados sino también a los que ayudan
Si el círculo del altruismo ha de expandirse, debe hacerlo en base a recursos emocionales, psicológicos y morales desarrollados dentro de la esfera íntima de la vida interpersonal
Este tipo de recomendaciones parece comprenderse hoy en el sentido de la educación: adoctrinamiento en las escuelas a favor de la prosocialidad. Esto ya se hace y está comprobado que da algún resultado. Pero ¿no puede hacerse más?, ¿algo en cierto sentido equivalente a lo que hacía la tradición de las religiones compasivas, pero sin la contradicción del irracionalismo religioso y con la ventaja de añadir todo lo relativo a la comprensión psicológica del comportamiento social que hemos aprendido a lo largo del desarrollo cultural y científico propio de la civilización moderna? ¿Cuál es el ámbito comunitario apropiado para la aplicación de los recursos emocionales, psicológicos y morales desarrollados dentro de la esfera íntima de la vida interpersonal? Es sin duda la familia, en tanto que comunidad de individuos entre los que se da una extrema confianza. Los creadores de las religiones compasivas, los budistas primero y los cristianos después, inventaron un sistema “artificial” de familia a fin de desarrollar intelectual y emocionalmente -interiorizándolos- los altos valores éticos que propugnaban, y esto era el monasticismo. Quizá una reforma de la estructura monástica adaptada a los conocimientos actuales pudiera ser una solución.
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