sábado, 25 de septiembre de 2021

“El perfil emocional de tu cerebro”, 2012. Davidson y Begley

Un estado emocional es la unidad más pequeña y más efímera de emoción. Con una duración que, en general, ronda sólo unos pocos segundos, suele desencadenarse por una experiencia (Introducción)

   La vida emocional determina nuestra subjetividad. El estado emocional nos activa para actuar y nos da pautas comunicables a nuestros semejantes al respecto. La vida moral, la base de la sociabilidad humana, está encauzada por la emoción: elegimos qué reglas de conducta para el bien común son deseables o no deseables en base a nuestra reacción emocional. 

  Los avances en la neurología han permitido averiguar mucho acerca de la localización y la función de los sistemas emocionales humanos dentro de nuestro cerebro, hasta el punto que los autores de este libro, el neurólogo Richard Davidson y la divulgadora científica Sharon Begley, consideran que es posible describir los rasgos de personalidad emocional humana en base a las estructuras corticales.

La personalidad consiste en un conjunto de cualidades superiores que abarcan los rasgos emocionales particulares y los perfiles emocionales. (Introducción)

El perfil emocional influye en la probabilidad de sentir determinados estados emocionales, rasgos emocionales y estados de ánimo. Como los perfiles emocionales están mucho más cerca de los sistemas cerebrales subyacentes que los estados emocionales o que los rasgos emocionales, los podemos considerar como los átomos de nuestra vida emocional, es decir, como sus elementos constitutivos fundamentales. (Introducción)

El perfil emocional está configurado por seis dimensiones. Estas (…) seis dimensiones reflejan los descubrimientos de la investigación neurocientífica contemporánea: 

• Resistencia: la rapidez o la lentitud con que uno se recupera de la adversidad.

• Actitud: el tiempo que somos capaces de hacer que dure una emoción positiva.

• Intuición social: la pericia a la hora de captar las señales sociales que emiten las personas que uno tiene a su alrededor.

• Autoconciencia (conciencia de sí): el modo en que percibimos los sentimientos corporales que reflejan las emociones. 

• Sensibilidad al contexto: cómo se nos da regular nuestras respuestas emocionales para tomar en cuenta el contexto en el que nos encontramos.

• Atención: lo clara y enfocada que es nuestra concentración. (Introducción)

  A primera vista, la resistencia, la actitud, la intuición social, la autoconciencia, la sensibilidad al contexto y la atención no parecen describir la totalidad de los rasgos emocionales humanos, pero los autores argumentan acerca de ello.

  Por ejemplo, la autoconciencia:

A algunas personas les resulta muy difícil «sentir» sus sentimientos, es decir, puede llevarles días reconocer que están enfadados, tristes, celosos o que se sienten asustados. En este extremo de la dimensión de la autoconciencia se hallan las personas que son opacas a sí mismas. En el otro extremo de esta dimensión se hallan las personas que son conscientes de sí mismas, que son sumamente conscientes de sus pensamientos y sentimientos, y receptivos a los mensajes que su cuerpo les envía. (Capítulo 3)

  Y, por ejemplo, la resistencia:

La resistencia a las cosas pequeñas es (…) un buen indicador de la resistencia ante las grandes. (…)  Si se recuperan rápidamente de una pequeña dificultad serán resistentes ante los grandes reveses  (Capítulo 3)

   Normalmente la personalidad la relacionamos con la actitud moral, es decir, con la acción, emocionalmente activada, del individuo en relación a los intereses de sus semejantes, que es la clave de la vida social, particularmente de la vida social humana, con su gran complejidad. A primera vista, no parece que las dimensiones de “actitud” y “resistencia” puedan interpretarse moralmente, pero en realidad, los humanos actuamos en base a nuestra capacidad de asumir estados psicológicos. Aunque una persona pueda intelectualmente aceptar una ideología muy prosocial, si se derrumba emocionalmente –falta de “resistencia”- o si duda en el momento crítico –falta de “actitud”- es incapaz de mantener una ideología moral asumida solo intelectualmente. Y los datos de la neurociencia parecen demostrar que tales dimensiones del comportamiento son una realidad mensurable.

A diferencia de la personalidad, el perfil emocional se puede remitir a una signatura cerebral específica y característica. (Introducción)

Cada una de estas seis dimensiones tiene una signatura neural identificable y específica, una buena indicación de que son reales y no sólo un constructo teórico  (Capítulo 1)

   Los rasgos de personalidad han llegado a ser descritos desde hace tiempo, pero los autores consideran arbitraria esta descripción en comparación con la que hacen ellos

Las seis dimensiones que configuran el perfil emocional [suponen] una mezcla característica que describe el modo en que percibimos el mundo y reaccionamos ante él, de qué modo nos relacionamos con los demás y cómo sorteamos la carrera de obstáculos que es la vida. (Capítulo 11)

  El descubrimiento más alentador es el que se refiere a que, de acuerdo con lo que sabemos de la neuroplasticidad, el perfil emocional humano es alterable y por lo tanto nos vemos en una situación menos determinista que la que establece el criterio anterior –más tradicionalmente psicológico, menos neurológico- de los rasgos de personalidad.

Si bien, por lo común, el perfil emocional permanece bastante estable a lo largo del tiempo, puede alterarse por experiencias casuales así como por un esfuerzo intencional y consciente en cualquier momento de la vida, a través del cultivo deliberado de cualidades mentales específicas o hábitos concretos.  (Capítulo 1)

El cerebro cambia como resultado de dos contribuciones diferentes. Cambia como resultado de las experiencias que vivimos en el mundo, esto es, el modo en que nos movemos y comportamos, y las señales sensoriales que lleguen a nuestra corteza. Pero el cerebro también puede cambiar como respuesta a la pura actividad mental, que va desde la meditación hasta la terapia cognitivo-conductual, con el resultado de que la actividad en circuitos específicos puede aumentar o disminuir (Capítulo 8)

  Por lo tanto, es mucho lo que puede mejorarse en el comportamiento humano. Davidson y Begley abogan en particular por la conveniencia de la terapia cognitivo-conductual, pero también por el uso de la milenaria tradición de la meditación.

La meta última es lo que llamo una «terapia conductual de inspiración neuronal». Que sea de inspiración neuronal significa que la terapia modificaría aquella actividad aberrante del cerebro vinculada a la enfermedad mental. La parte «conductual» se refiere a la esperanza de que eso puede lograrse, no a través de la medicación farmacológica, sino mediante el entrenamiento de la mente, la terapia cognitivo-conductual y otras intervenciones, que, en lo fundamental, enseñan a las personas a pensar sus pensamientos de una manera diferente y esperemos que provechosa.  (Capítulo 7)

La terapia cognitivo-conductual, que fue desarrollada en la década de 1960, es en definitiva una forma de entrenamiento de la mente. Se centra en enseñar a los pacientes el modo de responder de una manera sana a las emociones, pensamientos y conductas que tienen. La idea consiste en reevaluar el pensamiento disfuncional y ayudar a que las personas puedan escapar del patrón que marca su manera de pensar, como cuando consideran que el hecho de que una persona no quiera salir con ellas por segunda vez significa que son unos perdedores y que nunca los van a querer. Los pacientes aprenden a reconocer su costumbre a verlo todo como una «catástrofe», a convertir los reveses y contratiempos cotidianos en calamidades, y con estas habilidades cognitivas aprendidas, sienten la tristeza y sienten la decepción sin precipitarse por ello en el abismo de la depresión.  (Capítulo 8)

  Richard Davidson llamó la atención entre los científicos cuando contó con la colaboración de un maestro de las técnicas orientales de la meditación según la tradición budista, el muy cultivado monje Matthieu Ricard.

Lo que pudimos observar en los datos recogidos durante los ciclos de meditación de Matthieu eran las primeras impresiones de que practicar formas específicas de meditación suscita cambios dramáticos en la función cerebral que podíamos medir con nuestros instrumentos  (Capítulo 9)

La meditación en la compasión cambia el cerebro —al intensificar las oscilaciones gamma y al aumentar la actividad en un circuito importante para la empatía   (Capítulo 10)

  En conjunto, las conclusiones de los autores nos llevan a una visión optimista del futuro.

El entrenamiento mental puede modificar los patrones de actividad en el cerebro y fortalecer la empatía, la compasión, el optimismo y la sensación de bienestar  (Introducción)

Los ejercicios que hemos expuesto (…) actúan a través de la mente para cambiar el cerebro. Tanto si están inspirados en las tradiciones contemplativas, que tienen una antigüedad de milenios, o en técnicas psiquiátricas del siglo XXI, tienen la capacidad de modificar los sistemas neurales que subyacen a cada una de las seis dimensiones del perfil emocional.  (Capítulo 11)

  Que los mejor informados eruditos acepten hoy que podemos manipularnos a nosotros mismos para alcanzar el bien común no es muy diferente a cuando en otros tiempos los reyes y los poderosos decidían sustituir su religión tradicional por la que le aportaba un nuevo profeta o cuando favorecían a los filósofos –estoicos y confucianos, por ejemplo- con la esperanza de que educaran mejor a su pueblo o cuando gastaban dinero en fundar monasterios donde pudiera preservarse la vida en santidad. 

   La idea de la mejora sistemática del comportamiento humano no debió de ser de las primeras ni tampoco se ha logrado aún formularla de una manera concluyente, y sin embargo, el progreso de la civilización depende de ella.

Lectura de “El perfil emocional de tu cerebro” en Ediciones Destino, S.A. 2012; traducción de Ferran Meler Orti

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