domingo, 15 de marzo de 2020

“Neurobiología y desarrollo de la moralidad humana”, 2014. Darcia Narvaez

  La moralidad humana marca el progreso social.  Al hacernos más comprensivos con la necesidad de armonizar nuestro bienestar con el bienestar ajeno desarrollamos estrategias cooperativas más eficaces para el bien común. Hacernos comprensivos con el bienestar –o malestar- ajeno implica el desarrollo de comportamientos empáticos, altruistas, compasivos, afectuosos –prosociales-. La cooperación se hace más eficaz, sobre todo, por la confianza que el comportamiento benévolo genera.

   Cambios prosociales de tal magnitud se consolidan en la organización neuronal del Homo Sapiens, el ser más dotado para la vida social de entre todos los integrantes del reino animal. Sabemos que estos cambios se afirman sólidamente en nosotros dependiendo de determinados factores externos, especialmente durante la primera infancia.

Este libro es acerca de cómo los procesos implícitos descansan en nuestras capacidades neurobiológicas y gobiernan nuestro comportamiento moral (Introducción)

Un padre que no pone atención en responder las preguntas de su pequeño hijo promueve diferentes motivaciones de las que promueve un padre que está profundamente comprometido emocionalmente, presente emocionalmente y que interactúa con el niño. La experiencia durante periodos sensibles como el inicio de la vida modela las estructuras cognitivas y las personalidades de los individuos (Capítulo 1)

  La psicóloga Darcia Narvaez nos ofrece una abundante información acerca de cómo se organizan neuronalmente las pautas de conducta propias del “apego”. Aunque hoy nos parezca incluso un lugar común, John Bowlby, después de la segunda guerra mundial, tuvo que combatir ideas contrarias acerca de la importancia del desarrollo de comportamientos prosociales en los niños a partir de los vínculos afectivos. Las investigaciones neurológicas actuales confirman esto.

Examino el desarrollo moral a través de las lentes de los efectos en el desarrollo psicosocial de la primera crianza. Las raíces de las capacidades sociales, autorregulación, moralidad compasiva e imaginación creativa pueden encontrarse en una situación crítica en el principio de la vida, requiriendo de cuidados apropiados para el correcto desarrollo. La función moral puede ser socavada por la primera experiencia, resultando en adultos que enfatizan un intelecto estrecho y/o una autoprotección reactiva (Prefacio)

El apego no solo es psicología; refleja la biología. Las experiencias de apego implican efectos neurobiológicos que pueden ser medidos en el tono vagal, la respuesta al estrés y el funcionamiento de los neurotransmisores (Capítulo 3)

  Ya nadie lo duda: recibir afecto, aprender a conversar y razonar, testimoniar ejemplos de comportamiento altruista y benévolo, una cosmovisión amable del mundo… todos estos cuidados en la primera infancia están en la raíz de la mejora de los comportamientos sociales.

Cada individuo construye un universo moral basado en la experiencia, particularmente en el inicio de la vida cuando se ponen los fundamentos para el conocimiento implícito o tácito (capítulo 1)

  Ahora bien, la crianza de los niños con estos cuidados requiere gran esfuerzo, atención, acceso a la información e incluso costes económicos. ¿Y qué puede motivar a los adultos a asumir tales costes, sino una misma benevolencia por parte de ellos mismos?  Sin adultos previamente benévolos e ilustrados no podemos tener después niños propensos a ser benévolos e ilustrados…

  ¿Qué propone la profesora Narvaez para promover la prosocialidad en los adultos?

¿Qué puede hacer el individuo? La breve respuesta es: autocrearse y trabajar con mentores (por ejemplo, terapeutas) y rehacer el yo mediante el cultivo de la amistad, la terapia y otras experiencias transformativas (…) La presencia atenta y ética del terapeuta puede ser justamente lo que se necesite para alentar y reorganizar el deficiente auto-sistema y las capacidades de una persona para acceder a los beneficios de una función que lo complete (Capítulo 11)

Propongo la práctica del desarrollo ético-ecológico, que un individuo puede tomar por sí mismo o con un terapeuta. Esta acción se centra en el desarrollo de habilidades, consciencia, percepción y deseos, y comienza donde está el individuo. Es ético porque aboga por el desarrollo de la virtud, tal como es representado en nuestra herencia moral de compromiso y  en una ética de imaginación comunitaria, como una meta para el buen vivir. Es ecológico porque va más allá de lo que obviamente afecta a un individuo para incluir una comunidad más amplia de humanos, pero también de otras entidades, tanto como al sentido de implicarse en el flujo de la vida. Es práctico debido a que es un empeño que durará toda la vida y porque puede ser una misión de un individuo o un grupo, o ser parte de una terapia con la asistencia de un mentor. Con las adiciones de lo ético y lo ecológico a la terapia tradicional, podemos ser capaces de crear sociedades y un planeta prósperos. (Capítulo 11)

Este libro es sobre el desarrollo de la capacidad para la moralidad virtuosa (Capítulo 1)

  Buenos consejos de comportamiento humanista acordes con las costumbres propias de los estados occidentales avanzados. Nada que objetar. Pero no son muy diferentes de los que se impartían ya entre las clases altas de la antigua Roma (enseñanzas de maestros estoicos, epicúreos o platónicos).

  ¿Cómo podemos implementar estas recomendaciones?, ¿son las definitivas?

Este libro pretende ofrecer lo que yo percibo como formas de reconsiderar los desafíos morales que los humanos enfrentan hoy. Se dirige a cuestiones sobre el desarrollo y moralidad humanos y, finalmente, sobre la naturaleza humana (Prefacio)

Estamos en un punto decisivo en el que los humanos están ansiando un cambio y demostrando capacidad para alterar percepciones a fin de llegar a un mundo empático, cooperativo  (Introducción)

      En contraste con las aspiraciones actuales para un mundo empático, Narvaez menciona la existencia de una “ética de seguridad”, previa a los desarrollos esperados en un futuro más prosocial.

La ética de seguridad es cacostática [cacostasis, el opuesto de homeostasis], dando lugar a una moralidad combativa a modo de sobrerreacción y a una moralidad obediente a modo de infrarreacción. (Capítulo 8)

Las culturas competitivas promueven una perspectiva individualista y autopreservativa en lugar de lo que es típicamente humano: una orientación prosocial preservativa de la especie  (Capítulo 9)

    El problema es psicológico, porque nunca, desde el descubrimiento de la producción de excedentes de alimentos, ha existido una  justificación lógica para la competitividad y las actitudes defensivas-agresivas. La cooperación siempre ha sido el mejor camino.

    Es más, la doctora Narvaez encuentra que incluso en sociedades primitivas de escasos recursos (cazadores-recolectores) existen culturas que no son competitivas, sino cooperativas.

Incluso bajo extrema provocación [los Mbuti] son no-violentos, incluso en tiempos de escasez comparten lo que hay sin dudarlo, como si no hubiera alternativa, e incluso en tiempos de confrontación buscan y encuentran soluciones no violentas, siendo capaces de mantener un alto nivel de orden social sin leyes.  (Capítulo 9)

  Por lo tanto, nunca ha habido justificación lógica para ser competitivos y agresivos, ni siquiera en condiciones de escasez. No solo no es necesario, sino que tampoco tenemos instintos agresivos de condición invencible, como demuestra la enorme diferencia en conflictividad que se da entre unas sociedades humanas y otras.

  Sabemos que es la cultura la que cuenta con medios –estrategias psicológicas- para promover la prosocialidad bajo cualquier circunstancia.

Las culturas, mediante sus narrativas y costumbres, pueden alentar un tipo ético sobre otro y a veces socavar nuestras capacidades heredadas  (Capítulo 8)

  Hoy no tenemos una cultura plenamente prosocial. Por lo menos, no en la medida en que podríamos permitírnosla habida cuenta de nuestras incrementadas capacidades económicas. ¿Cómo podríamos cambiar nuestra cultura actual, moralmente mediocre, por una más prosocial?

   Quizá mediante un cambio religioso, porque, en general, se considera que la religión ha sido, en las civilizaciones más modernas, uno de los instrumentos de cambio cultural más eficientes.

La religión es el ámbito quintaesencial de los mandatos morales  (Capítulo 7)

Uno puede seguir [las religiones] como un marco básico que filtra e interpreta la experiencia y guía el comportamiento  (Capítulo 7)

    Lo cual se corresponde con quienes definen la religión como un sistema de “educación de las emociones”.

Las emociones son herramientas. Nos ayudan a enfrentar los desafíos de la vida. Son “potenciales psicoconductuales que están genéticamente insertados en el desarrollo cerebral” (…) Las emociones organizan y coordinan la acción  (Capítulo 3)

   Pero Narvaez no piensa en un cambio religioso. Tiene cierto sentido que, viviendo en una sociedad laica, apelemos a otras estrategias para alcanzar el buscado cambio cultural. Si el objetivo es cambiar el sentido de las emociones y las estrategias simbólicas –culturales- que las afectan, la psicología moderna algo tiene que decir al respecto.

La emoción o el afecto forman la fuente de los símbolos, son el arquitecto de la inteligencia, el integrador de las capacidades de procesamiento y el fundamento psicológico de la sociedad  (Capítulo 3)

Cada episodio emocional es un ensayo de asociaciones a lo largo de los sistemas mentales (esto es, las neuronas se encienden juntas). Aprender tiene lugar a múltiples niveles (neuronal, endocrino, motor, psicológico), emparejando interpretaciones cognitivo-emocionales, expectativas y potenciales de acción que es más probable que vuelvan a suceder conjuntamente de nuevo (el “cableado”) (…) Los estados duraderos se convierten en rasgos  (Capítulo 3)

  Los consejos de la doctora Narvaez para alcanzar este tipo de cambios culturales, ya mencionados, parecen sencillos. A muchos les parecerán insuficientes.

Combinar herramientas modernas con la antigua sabiduría y formas de ser puede llevarnos a una transformación que necesitamos para la próxima fase de la evolución (Introducción)

  Toda predicación, y más si se halla bien documentada por los descubrimientos científicos, ha de tener su efecto, pero es posible que se desdeñen otros caminos que pueden ser más productivos.

Desarrollar la virtud requiere el cultivo del propio carácter mediante una atención centrada en las actividades y entornos que uno elige. Esto necesita de una sabiduría práctica guiada por “deseos de segundo orden” (desear tener ciertos deseos) lo que se opone a los deseos de primer orden (deseos básicos) (…) Los deseos de segundo orden son característicos de personas autónomas, libres  (Capítulo 1)

Mediante las creencias que seleccionamos, las instituciones que diseñamos y las prácticas que encarnamos, podemos elegir cultivar una mentalidad más empática y comunal –cumpliendo nuestra esencia humana-  (Capítulo 1)

  Los “deseos de segundo orden” son, por ejemplo, los que dan lugar a que una persona con problemas acuda a “Alcohólicos Anónimos”: su deseo primario es seguir bebiendo, su deseo secundario es que, gracias al tratamiento, deje de desear seguir bebiendo.

   Ahora bien, si no se entra en el campo de las motivaciones directas del individuo será difícil un compromiso por el cambio cultural en el sentido de una prosocialidad que vaya más allá de la vida convencional. De hecho, el alcohólico puede no desear dejar de serlo si considera –como no es raro que suceda- que la sobriedad equivale a privarse del único placer a su alcance –la embriaguez-.  Los creadores de “Alcohólicos Anónimos” –que no eran grandes teóricos, sino personas prácticas y profundamente motivadas que elaboraban sus estrategias mediante “prueba y error”- sabían que era preciso ofrecer estímulos “primarios” para incentivar a quienes buscaban satisfacer sus “deseos secundarios”: al que se hallaba integrado en el universo social del alcoholismo le ofrecían una alternativa social participada por el afecto y apoyo moral de la comunidad de abstemios. Tanto más difícil sería sobrellevar los sacrificios que puede implicar una vida no convencional en el sentido de promover el altruismo y la benevolencia (sin competitividad, sin amor propio, sin estatus social, sin justicia penal, sin participar en las creencias irracionales de masas ni en el hedonismo estandarizado…).

  Al fin y al cabo, el cambio buscado es un cambio del comportamiento que, para ser sólido, neurológicamente arraigado incluso, tiene que llegar a lo que antecede al comportamiento, que son las pautas íntimas de evaluación del entorno.

Ponga a una persona que se siente abierta de corazón y una que se siente en estado de autodefensa en la plaza de la ciudad y pida a cada uno que relate sus pensamientos mientras está allí. La persona con un estado mental de apertura de corazón disfruta de la experiencia y comenta la amabilidad e inteligencia de la gente, quizá describiendo los detalles de uno o dos encuentros y conversaciones en detalle, señalando temas comunes en interés o experiencia. En contraste, la persona con una mentalidad autoprotectora juzga a todos en base a criterios superficiales (belleza, riqueza, maneras, amenazas) y determina cómo él es superior. Señala a aquellos a dominar y aquellos a evitar por su posición superior. No aprende nada en particular sobre cada persona sino que habla en categorías y generalidades.  (Capítulo 8)

  Cambios tan profundos en la orientación emocional exigen cambios importantes previos en el entorno social, en la interiorización de una simbología emocional, en los valores de la vida privada y en una cosmovisión razonada; y queda la duda de que la mera predicación humanista sea suficiente. No se cambia tan fácilmente la sensibilización individual ante el entorno en un sentido moral. Sin embargo, tenemos la evidencia –“experimental”-  de los repentinos cambios de sensibilidad moral en los casos de muchas conversiones religiosas, como cuando delincuentes “endurecidos” se convierten en auténticos santos prosociales (estado mental de "apertura de corazón"). Los cambios entre miembros del hampa a veces se producen gracias a una predicación que objetivamente no es más que mera charlatanería, ¿es posible que ello esté fuera del alcance de los recursos humanistas y sociales más modernos? Narvaez no aborda esta cuestión, incluso parece que ningún psicólogo social lo hace  (y recordemos una vez más que tampoco la fórmula de transformación emocional y social de “Alcohólicos Anónimos” fue obra de psicólogo alguno).

   Con todo, en este libro hay algunas observaciones originales. Por ejemplo, se desdeña el “pensamiento positivo” como vía a la prosocialidad.

En contra de la opinión popular, no son las emociones positivas de cualquier tipo las que nos hacen más prosociales (…) Las emociones positivas no siempre llevan a juicios morales menos severos. Sentirse bien, per se, puede ser peligroso en una situación de violación moral potencial, como las que podrían llevarnos a acceder dañar a otros (…) [En experimentos de psicología social] después de un primado con regocijo, los individuos eran más permisivos [con respecto a las conductas antisociales] (…) [En cambio] cuando los participantes eran primados con historias inspiracionales que activaban un sentimiento de elevación, que implica una conexión con algo mayor que uno mismo, la permisividad con respecto a dañar a otros no se incrementó  (Capítulo 11)

  El referente al “sentimiento de elevación” permite explorar caminos menos convencionales que el mero discurso moralista y de autoayuda. En nuestra sociedad convencional, no todo lo que nos hace sentir bien de forma inmediata lleva a la prosocialidad. Quizá necesitaríamos participar en entornos especialmente calibrados dentro de los cuales el comportamiento prosocial en particular sí fuese el que nos hace sentirnos bien. Y si tales entornos no existen, deberíamos construirlos.

  La búsqueda de la felicidad no es necesariamente lo que nos llevará a un mundo mejor. Se puede ser feliz casi llevando cualquier estilo de vida. Para los niños condicionados por un entorno de apego, afecto, racionalidad y trascendencia en su primera infancia, sin duda un mundo más prosocial les será más reconfortante. Pero los adultos… ¿disponemos de suficientes entornos “inspiracionales” que hoy activen precisamente los sentimientos “de elevación” (y a lo mejor no tanto el “pensamiento positivo”)? Deberíamos producirlos, y no solo predicar la necesidad de un mejor comportamiento compatible con nuestro estilo de vida convencional.

Lectura de “Neurobiology and the Development of Human Morality” en W.W. Norton & Company, 2014; traducción de idea21

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