martes, 15 de enero de 2019

“La mujer que nunca evolucionó”, 1981. Sarah Hrdy

   Hace ya algunos años, la bióloga Sarah Hrdy decidió emprender un estudio de la evolución humana desde una perspectiva alejada de los prejuicios patriarcales.

[En el pasado] se ha asumido que los hombres están por naturaleza mejor equipados para conducir los asuntos propios del avance de la civilización y las mujeres están para perpetuar la especie; que los hombres son los miembros racionales activos de la sociedad, y las mujeres son meramente pasivas, fecundas y cuidadoras.

   El feminismo llegaba a su apogeo por entonces (ya era fenómeno de masas, vinculado al triunfo mundial de las libertades) pero corría también el peligro de descarriarse y hacerse incompatible con los avances científicos.

El ideal feminista de un sexo menos egoísta, menos competitivo por naturaleza, menos interesado en el dominio, un sexo que nos llevaría de nuevo a “la era dorada de los reinados de mujeres, cuando la paz y la justicia prevalecían en la tierra”, es un sueño que puede no estar bien fundamentado

Hay poco que ganar con los contramitos [opuestos al mito de la inferioridad femenina] que enfatizan la inocencia natural de la mujer en cuanto al gusto por el poder, [así como] su cooperatividad y solidaridad con otras mujeres. Tal mujer nunca evolucionó entre los otros primates. Incluso bajo condiciones más favorables para el alto estatus de las hembras –monogamia y hermandades femeninas fuertemente vinculadas- la competición entre las hembras es un hecho en la existencia primate. En un número de casos, lleva a la opresión de algunas por otras: en otros casos, la competición entre hembras ha frenado la emergencia de la igualdad con los machos

  Para Hrdy el contramito de la mujer como benevolente cooperadora frente al macho agresivo y destructor no solo no es coherente con lo que muestra la observación científica, sino que podría ser cómplice del prejuicio patriarcal que ya afectó a los primeros biólogos varones. El prejuicio caballeroso –la mujer, como imagen de la maternidad, la benevolencia y la vida- no solo dificulta la integración de la mujer en la sociedad, sino que puede ser una contradicción en el discurso feminista.

   Por supuesto, Darwin, hombre del siglo XIX, no podía dejar de ser vulnerable al prejuicio.

La versión darwiniana de la selección sexual (…) daba por sentado que los machos evolucionan para ser “ardientes” y las hembras “retraídas” (…) Los hombres están programados para buscar la novedad sexual, mientras las mujeres buscan una relación estable con un hombre que ayude a su descendencia

  Es decir, que según Darwin y los biólogos que le sucedieron, los machos compiten ferozmente por las hembras que permanecen pasivas. Esta pasividad de la mujer –de la hembra- es el gran peligro.

La “mujer que nunca evolucionó” de mi título no es solo una crítica implícita a los estereotipos sobre la naturaleza femenina que nos lega una época anterior de la biología evolutiva. También es una heroína para el futuro, la mujer en la que “muchas de nosotras aún puede convertirse” –pero solo con perseverancia y una gran cantidad de autoconciencia

   Esta “mujer que nunca evolucionó” es la hembra que se observa en el comportamiento de nuestros cercanos parientes simios. Y no es pasiva, sino activa, influyente y competitiva.

Nunca comprenderemos adecuadamente las causas presentes de la asimetría sexual en nuestra propia especie hasta que comprendamos su historia evolutiva en las líneas evolutivas de las cuales descendemos

   El libro dedica muchas páginas a las descripciones de la vida de los primates:

Los primates no están totalmente encerrados en un patrón de dominancia masculina

La competición entre hembras es central en la organización social de los primates (…) [Pero] los persistentes conflictos entre las hembras son con frecuencia más sutiles [que los protagonizados por los machos]

  También se aborda, por supuesto, lo que se sabe de la vida de la mujer “en estado de naturaleza”, es decir, el Homo Sapiens hembra en la forma de vida previa a la civilización.

[Entre las] concepciones erróneas en esta visión de la sexualidad extremadamente centrada en el varón [se encuentra] la asunción de que todas las mujeres en un estado natural –a diferencia de los varones- generan descendencia casi al nivel de su capacidad reproductiva. (…) [Muy al contrario,] las mujeres difieren en fertilidad. Quizá más importante es el hecho de que la mortalidad de los hijos no maduros –que siempre ha sido alta- varía de madres a madres

El 52% de una cohorte de mujeres [en una sociedad tradicional en concreto] no lograba tener ningún hijo. Un 5% adicional no tenía ningún nieto

  En un principio del estudio de la evolución, la idea darwiniana originaria tenía su lógica: en la naturaleza, en permanente lucha contra un entorno hostil, debe maximizarse la reproducción, de modo que la hembra ha de poner todas sus energías exclusivamente en la concepción, parto y crianza de la prole a fin de asegurar el éxito de la especie. Pero puede interpretarse en sentido contrario lo que se nos cuenta de muchas mujeres “primitivas” que no logran reproducirse. Es decir, siempre parece que el macho alfa tiene una gran ventaja sobre los otros machos en lograr una mayor descendencia en un universo formado por mujeres receptoras y que su éxito en dejar descendencia depende exclusivamente de que venza la competencia de los otros machos, pero parece que también hay hembras que son perdedoras frente a otras hembras y que como consecuencia de esto no dejan descendencia…  Esto implica que no solo los varones luchan contra otros varones por elegir mujeres: también las mujeres compiten contra otras mujeres... para ser elegidas o tal vez para elegir también ellas de alguna forma más sutil.

   Y aquí entra la llamada “cuckoldry theory” (o “estrategia combinada”): hembras que manipulan a los machos para conseguir las mejores prestaciones para su descendencia en sus dos fases diferenciadas de concepción y crianza. Un macho puede proporcionar la mejor semilla para que el descendiente sea más capaz de sobrevivir y prosperar… pero otro macho puede proporcionar la mejor asistencia a la hembra en la crianza del descendiente. De modo que lo ideal sería conseguir a toda costa la semilla más valiosa de un macho incluso aunque éste no sea el más adecuado –o el más dispuesto- a prestar la asistencia al descendiente, por lo cual, considerando que ningún macho quiere cuidar del descendiente de otro, lo indicado es engañar a un segundo macho –más dispuesto y capaz para asistir en la crianza- haciéndole creer que el descendiente al que ayuda a cuidar es suyo.

Los antropólogos están comenzando a identificar a las madres tanto en las sociedades tradicionales como modernas que emplean las relaciones sexuales con varios hombres para ayudar a conseguir recursos para su descendencia (…) En las culturas humanas, el matrimonio poliándrico en el sentido formal es extremadamente raro, pero informalmente todo lo que va de compartir esposas a padres secuenciales o adulterio no es nada raro

  Esta teoría sobre la conveniencia evolutiva del engaño y el adulterio tiene su peligro, pues abunda en viejas leyendas misóginas, pero, en realidad, no es menos digna de consideración que otras.

Dos idealizaciones conflictivas –las mujeres como castas, pasivas, inocentes, y las mujeres como poseedoras de una peligrosa sexualidad- siempre han dominado los juicios históricos sobre la naturaleza femenina. Tensiones similares caracterizan las creencias en muchas sociedades tradicionales, preliterarias.

  Otro elemento a considerar es el del orgasmo femenino, muy de actualidad en la época en que Hrdy escribía su libro

La falta de un propósito obvio ha dejado el camino libre a que tanto el orgasmo femenino como la sexualidad femenina en general sean desdeñados como “no adaptativos”, “incidentales”, “disgénicos” o adaptativos solo en tanto que proporcionan un servicio a los machos (…) La clave de la copulación, señalan la mayor parte de los biólogos, es la inseminación. Debido a que la hembra solo necesita ser inseminada una vez para alcanzar el embarazo, parecería que tendría poco incentivo para obtener sucesivas copulaciones y ninguna cuando ella no está ovulando

  El estímulo del orgasmo para que la mujer busque más relaciones con varones mostraría una iniciativa sexual de la mujer que no estaría centrada en la reproducción ni en la mera pasividad a la espera de que intervenga el macho dominante. La hembra puede utilizar el sexo como medio de relación social, para construir alianzas y lograr mejoras en sus propios intereses.

  En suma, Sarah Hrdy ve a una mujer competitiva, activa y capaz de participar en la evolución por su cuenta. El mensaje a la sociedad contemporánea es que se desconfíe de las utopías femeninas –que en el fondo estarían basadas en ciertos prejuicios- y que se postule una participación plena en la sociedad, ya que las mujeres no son tan diferentes a los varones.

  Por otra parte, hay una consideración que la señora Hrdy no hace y que, por lo visto, tampoco nadie más hace en el marco de la psicología evolutiva: partiendo de que cada vez parece más cierto que se ha producido una autodomesticación del Homo Sapiens para adaptarlo –adaptarse a sí mismo- a la forma de vida propia del prolongado periodo neolítico (agricultura, ganadería y jerarquías patriarcales), no se tiene en cuenta que la posición subordinada de la mujer como madre y esposa en ese tipo de sociedades habría de llevar necesariamente a una domesticación diferenciada de la mujer por el hombre, al ser la primera seleccionada por el segundo de modo que cumpla mejor sus funciones específicas dentro del sistema socioeconómico de la civilización agropecuaria patriarcal. Funciones que, de la misma forma que sucede con perros, caballos o vacas, implican una preferencia acentuada por pautas de conducta como la obediencia, la inocuidad, la moderación sexual y la productividad.

  Si esto hubiera sucedido así, si la civilización agraria hubiese modificado significativamente las pautas innatas de comportamiento de la mujer a lo largo de miles de años de selección de “buenas esposas y madres”, ello quizá explicaría algunas diferencias de conducta entre hombres y mujeres que parecen bastante sorprendentes, como la mucha menor agresividad, la mayor capacidad para la empatía y la posible “plasticidad erótica” femenina. Recordemos que el estudio de la señora Hrdy –hoy un tanto alejado en el tiempo- se refiere a hembras y mujeres en el medio natural y no considera una posible domesticación dentro de un entorno civilizado que se ha prolongado durante cientos de generaciones.

2 comentarios:

  1. Acabo de descubrir este blog y debo decir que me parece increíble!

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  2. Puesto que se trata solo de la expresión del interés de un aficionado a la lectura (y también un coleccionista de lecturas) ojalá no fuese algo tan raro...

    Gracias por tu interés...

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