domingo, 25 de noviembre de 2018

“Nacidos creyentes”, 2012. Justin Barrett

  El libro de Justin Barrett va en el mismo sentido que otros que también tratan la llamada “ciencia cognitiva de la religión”: esclarecer el origen psicobiológico de las creencias religiosas en los seres humanos. Puesto que los seres humanos “naceríamos creyentes” (es decir, propensos a creer en la existencia de dioses tanto como propensos a cualquiera de las otras actividades que se suelen considerar propiamente humanas –hacer música, hablar, organizarse políticamente, hacer distinciones morales…) lógicamente esta tendencia habría de manifestarse desde la más tierna infancia…

La ciencia cognitiva de la religión ha descubierto evidencias de que los niños tienen una afinidad natural para pensar y creer acerca de los dioses (…) Los niños desarrollan de forma natural mentes que los impulsan a abrazar la creencia en el dios o dioses de su cultura

Existe la evidencia de que los niños pueden hallar especialmente natural la idea de que hay un creador no humano del mundo natural que posee superpoderes, superconocimiento y superpercepción, y que es inmortal y moralmente bueno. 

    A primera vista, parece sorprendente, porque muchos creen que las ideas acerca de lo sobrenatural exigen una imaginación compleja, que se trata de suposiciones demasiado extravagantes –lo sobrenatural es antinatural- y que en modo alguno un niño podría crearlas por sí solo. Pero no es tan sorprendente si consideramos que, al fin y al cabo, creer en Dios es solo una superstición más entre muchas. Y ya no resulta tan chocante considerar que todos nacemos propensos a la superstición…

Dejados a sus propios mecanismos [innatos], [los niños] se harían probablemente religiosos en algún sentido pero probablemente en un sentido más como lo que llamaríamos superstición que en el de un sistema de creencias y comportamiento razonado y sofisticado.(…) Compare el pensamiento religioso con las preferencias por comida. Dejados a su propia cuenta, los niños se inclinarán por alimentos que los mantengan con vida, pero que podrían no ser la mejor comida para una vida saludable

    Alimentarse con dulces y grasas saladas, ciertamente, no parece lo más conveniente para la supervivencia de la especie (allí donde tales alimentos abundan… lo cual es todo lo opuesto a lo que sucedía en el Pleistoceno, que es cuando se originó la especie Homo Sapiens). Lo mismo se puede decir de expresiones religiosas como la brujería. La civilización corrige todo esto, pero la tendencia es innata. No existe pueblo “en estado de naturaleza” descubierto por etnógrafo alguno que no tenga religión. Todos creen en sus dioses, sus espíritus y tienen teorías acerca de la magia y el mundo de ultratumba. Igual que a todos les gustan las comidas azucaradas y grasas. Igual que todos experimentan tendencias a la violencia y al deseo sexual. Igual que todos tienen lenguaje.

Inglés, hindi, mandarín, español, Swahili, yakatec y los otros idiomas del mundo son derivaciones y elaboraciones del lenguaje natural [según la teoría de la gramática universal]. De forma similar, cristianismo, hinduismo, islam, jainismo, judaísmo, mormonismo, sikhismo y otras religiones tribales y mundiales son derivaciones y elaboraciones de la religión natural

  Pero eso es solo constatar un hecho. Vayamos a lo más interesante: ¿cómo se elabora psicológicamente esa tendencia a creer en las supersticiones en general y en los seres sobrenaturales en particular? Lo que más caracteriza este tipo de creencias es la presencia de agentes extraños que obran con una intención –conocida o desconocida- que puede afectarnos gravemente.

La tendencia a tratar variados objetos como si fueran agentes intencionales es tan común que con frecuencia ni siquiera la reconocemos como lo que es (…) Esta función cerebral es referida a veces como el “mecanismo altamente sensible de detección de agencia” (…) Si no podemos detectar una presa potencial, podríamos perdernos una comida muy necesaria. Si no podemos anticipar las acciones de un peligroso predador, podrían convertirnos en su comida. Así que es poco sorprendente que los bebés muestren signos de conocer la diferencia entre agentes y objetos inanimados y que muestren una gran sensibilidad a la posible presencia de agentes alrededor de ellos

La diferencia entre objetos inanimados y los seres llamados agentes es crítica para los niños, y el error en controlarla –tal como no conocer la diferencia entre una roca y un oso- puede ser un peligro para la vida. Como agentes incluimos a las personas y otros seres que comprendemos que no reaccionan meramente a su entorno sino que actúan en él intencionadamente.

  Es decir, tenemos tendencia a considerar, por defecto, que los objetos se mueven (actúan, en general) de forma intencional. Si la lluvia cae en el campo será con algún fin, si el león ataca al hombre (sobre todo cuando el león ya ha comido) sin duda es por una razón que ha de explicarse. Si no encontramos la explicación lógica, la inventaremos, pero no podemos quedarnos sin ella. Y eso es superstición.

  Ocurrió algo malo cuando apareció el gato negro, luego el gato negro trae mala suerte. Sin duda ocurrieron cosas malas cuando no estaba el gato negro, pero nada entonces nos llamó la atención, de modo que no fue la ocasión propicia para que la superstición fuese creada. La tendencia es que, una vez que hemos identificado –supersticiosamente- al gato negro como causa, ya sabemos que hay agentes maléficos en acción (el gato podría ser la encarnación del espíritu de un brujo). A veces será el gato, a veces será otro agente. Tal vez un adivino, un brujo, podrá ayudarnos a identificarlo. Si el adivino o el brujo es un esquizofrénico (está, aparentemente, en contacto con el mundo de los sueños, o de los dioses, o de los antepasados muertos…) más convincente será sin duda la explicación que nos dé. Y así…

   En términos generales y en las condiciones de la vida en “estado de naturaleza” (bandas de Homo Sapiens cazadores-recolectores), resulta provechosa la superstición.

Los adultos, incluso los científicamente instruidos, poseen un sesgo para favorecer explicaciones basadas en un propósito

   Eso explica la superstición en general: el ver que todo tiene una causa y una intención, que nada sucede por casualidad. Que los rayos los lanzan los dioses o los brujos, que la desgracia es algo fatal decidido por agentes sobrenaturales movidos por alguna motivación oculta (y que querríamos que alguien nos revelase…).  Una explicación que nos permite actuar para controlar la desgracia es mejor que ninguna, ya que no deseamos vivir sumergidos en la angustia y la impotencia.

   Barrett incluso considera que la idea de un “Dios” todopoderoso puede ser también innata.

Dada la forma en que las mentes se desarrollan de forma natural, esta búsqueda lleva a creencias en un mundo diseñado y con un propósito; en un diseñador inteligente tras el diseño, una asunción de que el diseñador intencional es superpoderoso, supersabio, superperceptor e inmortal. Este diseñador no necesita ser visible o tener cuerpo, como los humanos. Los niños fácilmente conectan a este diseñador con la bondad moral, como un promotor de la moralidad. Estas observaciones en parte dan razón de porqué creencias en dioses de este carácter general están extendidas a lo largo de todas las culturas históricamente

  (Con todo, sabemos que la idea de dioses inmortales no es universal. Para muchos pueblos primitivos, los dioses también mueren y a veces pueden ser engañados y vencidos por los brujos o los héroes. Tampoco parece tan claro que los dioses estén siempre interesados por la moralidad.)

  Y llegados aquí, son pertinentes dos observaciones: que el ateísmo es antinatural y que el descubrimiento del azar o casualidad fue todo un logro de la civilización…

Si antinatural quiere decir que no está bien sostenido por ordinarios sistemas cognitivos naturales desde el punto de vista de la maduración (…) sí, el ateísmo es antinatural (…) También lo es el ser un concertista de piano, un científico de élite o un teólogo contemporáneo

  Toda la civilización es antinatural… Tanto como la racionalidad es ilógica

“Ha sido casualidad” no es estrictamente una explicación pero equivale a decir que no hay nada que explicar. Identificar lo que sucede “solo por casualidad” es una parte importante de las ciencias. 

    De hecho, pese a sus grandes logros eruditos, el gran Aristóteles no llegó a descubrir la ciencia moderna (logro que se suele atribuir a personajes más próximos a nosotros en el tiempo, como Francis Bacon o Galileo). Sin embargo, estuvo muy cerca de descubrir el azar (que las cosas a veces suceden “porque sí”… de forma aleatoria) y su idea de Dios todopoderoso resultaba curiosamente indiferente al problema del mal: Dios es bueno, luego obra el bien; el mal, por tanto, no puede ser obra de Dios… Solo le faltó preguntarse entonces qué clase de Dios es éste que resulta impotente ante el mal en el mundo…

   Hoy por hoy, el ateísmo goza de muy buena salud y se extiende cada vez más. La gente más culta e instruida ya no necesita creer que el mundo ha de tener “sentido”, ni “propósito”. Más y más gente cree que existen el azar y la mala suerte, y que la fe en Dios es una superstición entre muchas. La religión se mantiene aún por la –poderosa- fuerza de la tradición… y por intereses espurios (como el caso del islamismo como impulso político nacionalista y de protesta social), pero los mismos ateos, los científicos sociales –casi todos ateos-, desde su fortaleza de honestidad lógico-racional tienen que reconocer que

El hallazgo general [de las investigaciones de ciencia social] es que los teístas comprometidos son psicológicamente más saludables y están mejor equipados para afrontar los problemas emocionales y de salud que los no creyentes

  Tanto como que las naciones más ateas son las más prósperas y menos violentas: lo uno no quita lo otro… lo que lleva a pensar que el estado más feliz sería el de ser una persona teísta viviendo en una sociedad mayoritariamente atea…

El pensamiento y devoción religiosos pueden llevar al dolor y sufrimiento en la muerte bajo condiciones peculiares y en gran parte predecibles. Normalmente, sin embargo, la religión es una parte fundamental y saludable de la existencia humana procedente de los sistemas cognitivos y que si se suprimiera suprimiría nuestra humanidad. El pensamiento y acción  religiosos son una expresión de la naturaleza humana normal tan integral como expresión que la cura de ella podría matar al paciente.

  Justin Barrett no va más allá. Y, como suele suceder en este tipo de libros de la “ciencia cognitiva de la religión”, no se aborda el fenómeno de las “religiones políticas”, como el marxismo; fenómeno histórico que demuestra que muchos de los efectos psicosociales de la religión pueden alcanzarse sin necesidad de hacer uso de contenidos sobrenaturalistas (también el budismo puede ser –dependiendo de la tradición- una religión atea).

   Por una parte, resulta cierto que renunciar a los efectos beneficiosos de la religión supone una pérdida, pero no se ve la disyuntiva de tener que asumir esta pérdida para vivir en una sociedad más racional y humanamente avanzada como son las sociedades más ateas, las que están integradas por individuos más intelectualmente formados; de lo que se trataría más bien es de buscar estrategias para desarrollar fórmulas culturales que incorporasen lo mejor de los dos mundos: el humanismo avanzado propio del materialismo –que implica, entre otras cosas, el ateísmo- y los bienes psicológicos propios de las creencias religiosas -tales como una certidumbre moral, la pertenencia a una comunidad afectiva o una ideología con contenido emocional consensuada. Ése es un camino que hasta ahora ha sido muy pobremente explorado.

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